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Parques y reservas: Reserva Nacional de Masai Mara
La gran migración
Admitámoslo. Africa no es lo que era. El acoso humano sobre los tradicionales dominios de la fauna, junto con el desarrollo asociado a los tiempos modernos, ha borrado la antigua imagen de animales salvajes vagabundeando libres a través de territorios inexplorados. Hoy, muchos parques nacionales y reservas en Africa están vallados, tanto para prevenir la caza furtiva como para proteger los asentamientos humanos y sus cultivos de las ocasionales y feroces incursiones de animales hambrientos. El vallado es caro y hasta cierto punto desestabilizador, pero es el precio a pagar para preservar la naturaleza, favoreciendo al mismo tiempo el tan necesitado progreso de los países africanos que pugnan por salir adelante.
Pero aún hoy, algunos lugares retienen el carisma de una tierra abierta e ilimitada. La reserva nacional de Masai Mara, ubicada en un remoto rincón sudoccidental del territorio kenyata, es uno de los únicos parajes que todavía exhiben concentraciones de animales que evocan los días de los grandes cazadores blancos, cuando toda Africa Oriental era un inmenso cazadero libre y salvaje. La reserva no está vallada, así los animales encuentran vía libre para moverse a su capricho, mientras lo permitan las demarcaciones territoriales de sus congéneres. No hay más límites, ni siquiera las fronteras nacionales: la fauna deambula a través de los 1.510 km² comprendidos en el área protegida, pero también en la llamada área de dispersión, al norte y al este de la reserva, así como en las adyacentes llanuras y colinas de Loita, y aún más allá en el parque nacional de Serengeti, al norte de Tanzania. Todo ello constituye lo que se conoce como el ecosistema Serengeti-Mara, un pedazo de Africa de 25.000 km².
Los movimientos de la fauna están altamente condicionados por el clima. Las vastas llanuras del Serengeti, que permiten una amplia dispersión de los grandes rebaños de herbívoros, reciben precipitaciones estacionales insuficientes para mantener una provisión de forraje a lo largo de todo el año. La zona más húmeda del ecosistema es la región de Masai Mara, bendecida por las lluvias desde noviembre hasta junio, con frecuentes tormentas en toda estación y la fuente de agua permanente del río Mara. Así, Masai Mara es un poderoso imán para los grandes rebaños en busca de pastos frescos, y esta es la chispa que dispara la gran migración. Cada año, hasta un millón y medio de ñúes de barba blanca, 250.000 cebras de Burchell y medio millón de gacelas Thomson, caminan a través del complejo Serengeti-Mara a lo largo de una marcha cíclica que cubre unos 2.700 kilómetros.
La migración es un fenómeno relativamente reciente. Antes de la década de los 60, las marchas estacionales fueron observadas por el Dr. Bernhard Grzimek, quien fue el primero en describir un patrón definido en los movimientos migratorios. La población de ñúes se disparó en los 60 y 70, desde unos 250.000 a los actuales 1,5 millones, convirtiendo la migración en un fenómeno masivo que ocuparía un puesto de honor en una lista de las maravillas naturales del mundo. Mientras, el nativo pueblo Maasai continúa criando su ganado en competición directa con lo que llaman "el ganado salvaje", al que consideran una calamidad, ya que transmite enfermedades a sus animales y envenena las aguas con sus placentas.
¿Cuándo y dónde comienza la migración? Estrictamente, la migración no tiene principio ni fin, la vida de cada ñu en el Serengeti-Mara es una peregrinación constante que sólo termina cuando el animal muere. Por tanto, el único comienzo que podemos considerar es el nacimiento. Durante la estación húmeda, el Serengeti es un lugar aagradable para vivir. La hierba abunda en las llanuras meridionales y en el área de conservación de Ngorongoro, donde los animales encuentran un refugio para pastar y parir a sus terneros. Desde finales de enero hasta mediados de marzo, a lo largo de un periodo de seis semanas, 400.000 ñúes ven su primera luz. Muchos no tendrán ocasión de cumplir su destino de caminantes, ya que serán apresados por hienas y chacales poco después de nacer. Los supervivientes disponen del tiempo justo para fortalecer sus patas: la marcha comienza en abril. Para entonces, las lluvias han terminado en el sur del Serengeti y las planicies están secas. Los grandes rebaños se reúnen y afrontan la larga caminata hacia el norte y el oeste.
La solemne procesión no viajará sola: una pléyade de carnívoros seguirá de cerca, principalmente hienas y leones, mientras los escuadrones de buitres sobrevuelan el desfile. Miles de animales débiles o enfermos terminarán devorados durante la marcha, y sólo uno de cada tres terneros verá de nuevo el Serengeti.
Bajo el mando de un misterioso Dios pastor, los cortadores de césped abandonan las agostadas praderas del Serengeti sur para encaminarse hacia la hierba alta del Corredor Oeste, próximo a las orillas del lago Victoria. La compenetración entre los ñúes y las cebras está perfectamente conseguida y biológicamente favorecida, ya que las cebras consumen los largos tallos leñosos que los ñúes rehúsan.
A finales de mayo, los rebaños han abandonado el Corredor Oeste para tomar las llanuras, sotos y arboledas del norte del Serengeti, donde agotan las praderas olisqueando las lluvias que caen más al norte, al otro lado de la frontera humana, en Masai Mara. Los pastos frescos, tiernos y ricos en sales minerales son el cebo irresistible para el ganado salvaje, que finalmente invade la reserva kenyata entre finales de junio y principios de julio. Las tropas procedentes del sur se encuentran aquí con otro contingente migratorio: los rebaños de ñúes residentes en la región de Masai Mara. Estos animales, que suman 100.000, habitan las colinas y llanuras de Loita, al nordeste, hasta que la estación seca trae los días duros y es tiempo de buscar las verdes riberas del Mara.
A lo largo del mes de julio, los rebaños cruzan el Sand River, el río de arena, un afluente seco del Mara que a grandes rasgos sigue la línea fronteriza entre Kenya y Tanzania. El desfile ocupa entonces el sector oriental de Masai Mara, en el área del Keekorok Lodge. La marcha continúa hacia el oeste, conduciendo a los rebaños al mayor reto de su expedición: cruzar el río Mara y frecuentemente su afluente, el Talek. Para entonces, las lluvias en la cordillera del Mau, donde nace el Mara, han alimentado el cauce que en esta época es abundante. Las empinadas riberas están pobladas por cocodrilos que toman el sol inmóviles, esperando su banquete anual.
La operación de vadear el río es la más delicada de la migración, y como tal parece sumir a los animales en un estado de ansiedad que sólo encuentra alivio cuando el rebaño completo ha cruzado. La contemplación de este fenómeno brinda la ocasión de observar el comportamiento social de los ñúes, altamente gregario, con movimientos coordinados que recuerdan a las bandadas de aves o a los bancos de peces. Los caminantes recorren la orilla izquierda (este) del Mara, buscando un punto adecuado para cruzar. Existen multitud de lugares preferidos a lo largo del cauce, fácilmente identificables por la ausencia de vegetación, las laderas erosionadas y deprimidas, y los surcos excavados por los cascos de los animales. Estos son los emplazamientos más seguros para vadear el río, aquellos que aseguran una mortandad mínima. Sin embargo, a veces la aparente programación del proceso parece romperse en pedazos, cuando los nerviosos rebaños se ven abocados a cruzar por lugares donde las orillas son demasiado empinadas.
Los rebaños se reúnen en los puntos apropiados y vagan excitados, sus gruñidos elevándose en el aire. Eventualmente, un ejemplar asume el mando y se aproxima al borde, oteando la orilla opuesta para analizar la presencia de una posible amenaza al otro lado. Cuando finalmente se sumerge en la corriente, esto parece remolcar al resto de la manada. Más animales le siguen en fila india a través del río, mientras los rezagados se lanzan hacia la corriente hasta que la retaguardia empuja a las tropas a una frenética carrera que termina con algunos animales pisoteados hasta morir, tumbados de lado sobre el lecho del río.
Durante la travesía, si un solo animal detecta algún signo de peligro, brincará sobre sus pasos, arrastrando al resto del rebaño a una retirada general que a veces siembra el pánico y dispara una loca estampida. Cuando la línea se rompe, los animales que han vadeado con éxito no continuarán su marcha hasta que comprueban que el resto de la manada cruza con normalidad: permanecerán en la orilla, gruñendo hacia sus compañeros, animándolos a cruzar. Ocasionalmente, son las cebras las que asumen la responsabilidad de mantener la cohesión del rebaño, a pesar de que estos animales son minoritarios en las manadas. De hecho, las cebras no son realmente animales de rebaño, más bien forman pequeños grupos encabezados por un semental dominante. Sin embargo, durante la migración buscan la protección de la gran manada, mimetizándose de tal modo con sus compañeros de barba blanca que llegan a formar parte integral del rebaño. Finalmente, una vez que los rezagados han reanudado la travesía, los líderes continúan su marcha hacia su desconocido destino.
La travesía ha terminado y algunos animales han muerto, despedazados por las mandíbulas de los cocodrilos o pisoteados por sus compañeros. Irónicamente, la operación de cruzar el río, determinada por el instinto de supervivencia de los ñúes, se cobra la vida de muchos de ellos. Buitres y marabúes se convierten en habitantes permanentes de estas orillas donde se descomponen los cadáveres. El desagradable paisaje de la matanza, que literalmente tiñe de rojo las chocolateadas aguas del Mara, no es en realidad una escena de muerte sino de vida, ya que la abundancia de carne alimenta a un gran número de especies y ayuda a regular las poblaciones de los propios herbívoros.
A lo largo del verano boreal, las travesías se repiten una y otra vez. Los supervivientes pastan en paz en las praderas del Mara Triangle, únicamente turbados por los ataques de leones y guepardos, los últimos depredando los terneros. Durante la noche, otra amenaza se cierne: las hienas, que a pesar de su fama de carroñeras, se reúnen en grupos para sitiar a los rebaños, aunque frecuentemente pierden sus presas al amanecer a favor de los leones.
En octubre, las lluvias se dirigen de nuevo al sur, al Serengeti. Es entonces cuando el sentido de la marcha se invierte, conduciendo a los rebaños a encarar de nuevo la ruta hacia las praderas meridionales. El rito de cruzar el río es de nuevo parte de la llamada de la naturaleza. En los últimos días de octubre, la migración se encamina hacia las vastas llanuras del sur del Serengeti, donde una nueva generación de terneros nacerá para comenzar el eterno ciclo de la vida.
Desde julio hasta octubre, la imagen de los rebaños surcando las llanuras es una de las más hermosas que el visitante puede contemplar en Masai Mara. Las grandes manadas pueblan las praderas mientras recorremos las carreteras y pistas de la reserva, y cualquier atalaya ofrece el magnífico espectáculo de las largas columnas de animales cortando el paisaje en distintas direcciones. La coreografía alcanza su máximo esplendor cuando se observa a vista de pájaro, desde uno de los globos que realizan vuelos al amanecer.
Las riberas del Mara están flanqueadas por pistas desde las que se puede, con algo de suerte y una buena dosis de paciencia, captar la trepidante imagen de los rebaños cruzando el río. La orilla derecha (oeste) está bordeada por una pista que nace en el norte, cerca de Oloololo Gate, y sigue el cauce hacia el sur a través del Mara Serena Lodge hasta el puente nuevo, en el límite sur. En la orilla izquierda (este) existe una pista desde los Governor's Camps hasta la confluencia del Mara con el Talek. Observa los movimientos de las columnas en las praderas, que te orientarán respecto a los posibles puntos de vadeo. Una vez hayas localizado una zona en la que los animales se concentran, busca un lugar donde las huellas de la travesía sean patentes. Si es posible, elige la orilla de partida, ya que los ñúes nunca cruzarán si detectan alguna señal de peligro en la orilla opuesta, y un vehículo es ciertamente una amenaza. Si únicamente tienes acceso a la orilla de llegada, busca un lugar elevado sobre una curva del río, que te permita observar al rebaño desde atrás. Esconde tu vehículo tras los arbustos, prepara tu cámara y disfruta del espectáculo.
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